Educar mientras allá afuera hay pandemia

“Por eso educar es siempre desviar para descubrir.

Y no nos hacen falta grandes recursos: solo gente capaz de estar,

con pequeños y mayores,

ante la realidad que se abre”.

Marina Garcés

Ser maestro me llegó de casualidad, como tantas cosas que nos pasan. Empecé a aprender en este Colegio como alumno y años después conocí otra forma de aprender, siendo maestro. Hoy todo es muy convulso; el saber se está desdibujando en la forma en que típicamente lo hemos entendido y está adquiriendo una nueva identidad, orillado por la situación del mundo y no tanto porque nosotros nos lo hayamos propuesto necesariamente. Con la docencia sucede algo similar también, quizás. Las clases han tomado otra cara y tienen implicaciones nuevas, relaciones y dificultades que no conocíamos. Diariamente descubrimos lo difícil que es para los estudiantes y -tal vez un poco más en silencio-, pensamos lo difícil que está resultando para los maestros.

De cualquier manera, este momento que vivimos es de cierto modo un motor. Allá afuera ocurre una pandemia mientras nos resguardamos en casa en la medida de nuestras posibilidades y esquivamos los pelotazos. Parece que aprender-educar pasa a segundo término porque la situación actual nos hace mirar con prioridad otras partes de nuestras vidas: la salud, la convivencia necesaria que hemos tenido que reconfigurar, y tantas otras urgencias. “Y es que ¿quién puede aprender algo por videoconferencia?” es una frase que escuché en algún momento de los (ya no sé bien cuántos) meses que llevamos así. Diario, en cierto momento del día, esa frase rebota en mi cabeza. Tal vez estoy de acuerdo con ella; en ocasiones un poco menos, a veces no. De cualquier modo, la he tomado como un desafío y -aunque muchos no lo digan-, he visto de primera mano que mis colegas también. Sí, el mundo hoy es un lugar bien difícil de entender y habitar, pero ¿qué tal que intentamos que pese a esto quede algo como producto de las clases?

Casi siempre, al cerrar la ventana de mi computadora desde la que di clase, me queda una sensación de profunda ternura. Me conmueve mucho el esfuerzo que todos estamos haciendo ahí, aquí, mediados por la virtualidad. Porque seamos honestos: la situación no está para romantizarse; es muy compleja y difícil. Aún así, he descubierto que nunca como ahora, en estos tiempos, había sentido de forma tan frecuente el gozo de ser maestro. Esa ternura de la que hablo, la relaciono con algo que escribió la filósofa Marina Garcés cuando dijo que educar es siempre desviar para descubrir. Es decir, redirigir nuestra atención, atender, aprender a mirar.

Creo que la pandemia nos ha quitado muchas cosas pero como docente he experimentado esa forma de sujetarme a nuestra labor: la de acompañar la mirada y dejarme acompañar también. Tal vez sí, cualquiera afirmaría que nadie puede aprender algo de esta manera; que la educación a través de una pantalla no tiene sentido; pero, ¿qué tal que hacemos que sí lo tenga? Yo creo que lo estamos consiguiendo, a nuestro ritmo y con nuestras formas, pero al menos en intento, cada que doy click a ese botón virtual que me lleva a mi salón de clases, lucho por contestar a esa frase que de pronto llega a mi cabeza con un rotundo “nosotros”. Nosotros podemos aprender así pese a todo esto. Mi respuesta viene desde el ser maestro pero sobre todo porque lo que he aprendido en estos meses, en estas condiciones, quizás jamás lo hubiera aprendido en otra circunstancia, y siento mucha gratitud por compartir diariamente esas sesiones breves con quienes no he visto cara a cara presencialmente ni un minuto este año para agradecerles, pero me han acompañado, en tiempos donde se hace aún más evidente que la compañía es una de las mejores formas de educar.

Manuel Ochoa

Biología y Educación ambiental, Secundaria

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