Práctica de campo Tehuacán
Desde hace varios años, la práctica de campo de los grupos de sexto semestre ha ganado la fama de ser especial, pero nunca se explica porqué. Es, sin lugar a dudas, la mejor de todos los años de prácticas en el Madrid. ¿Pero qué las hace tan especial?. En esta ocasión, al grupo de Opción B, le tocó visitar la reserva biológica de Tehuacán-Cuautitlán en el estado de Puebla.
Podríamos enlistar todos los sitios que visitamos y quizá relatar un poco lo ocurrido en cada uno de ellos, sin embargo leer dichas experiencias no se comparará con vivirlas. Es entonces de vital importancia entender que lo que hace esta práctica única es el sentido de familiaridad que emana de ellas. Cada uno de los sitios que visitas te habla directamente, te cuenta algo importante y te enseña de distintas maneras cómo ver esta misma realidad que todos compartimos.
El Museo del Agua y el de Mineralogía son dos museos que al escuchar su nombre esperas no menos que dos horas desperdiciadas de tu vida. Pero esa es la pretensión que solemos tener por no entender verdaderamente la importancia de los recursos en zonas donde verdaderamente se valoran. Esto quiere decir, que jamás nos ponemos a reflexionar acerca de los recursos que tenemos a la mano porque siempre los tenemos a la mano. Si algo distingue esta práctica, es que pone a prueba el sentido de “crítica” verdadera que supuestamente has desarrollado a lo largo de tu estancia en el Madrid.
La visita a los museos no es algo nuevo, sin embargo solemos menospreciar la idea de ellos al igual que solemos ver los bosques como bosques y el desierto como desierto. Hay que entender que vivimos en una misma realidad con miles de caras y miles de formas de leerlas. El mundo nos habla y por ello, es importante aprender a escucharlo, a leerlo.
Las UMAs (unidad de manejo ambiental) parecería que sólo se dedican a coleccionar árboles y evitar que los roben. Pero nadie habla nunca de la investigación que allí se realiza o de las formas de conservación tan interesantes que hay. Desde utilizar principios activos para desarrollar nuevas medicinas a cuidados a las esporas para poder propagarlas en zonas adecuadas.
Otro ejemplo de estos pequeños chispazos de realidad fue el encontrarnos con plantas con las que hemos convivido toda la vida como lo son las biznagas y los sotolines (patas de elefante). El escuchar que pueden llegar a vivir tantos años no se compara con ver a estas plantas sobreviviendo por 800 años en el desierto (en el caso de las biznagas) o más de 2500 años en el caso de algunos sotolines.
Caminar por los cañones, por los ríos, descender una cascada de 3 metros y que se sienta como haber descendido 30; caminar por las salineras, pisar una mina de ónix, descender a ella y finalmente extraer un bulto de piedras de casi media tonelada; caminar paso a paso analizando fósiles, observando huellas de 60 millones de años, estudiando distintos tipos de fosilización y agarrando turritelas a diestra siniestra (claro, sin llevarse nada porque es una reserva). Y sí, adivinaron, caminar y más caminar. Sintiéndonos insignificantes ante el mundo y sin embargo vivos. Más humanos y más sensibles que de costumbre. “Respirando azul clarito”.
Espero que con estas pocas palabras haya logrado transmitirle si quiera un pequeño vistazo de otra forma de sentir el mundo a partir de nuestra práctica de campo; que, sin lugar a dudas ha sido por mucho la mejor. Y si no, los invito a releer y a soltar un poco más la imaginación y el corazón hasta que las palabras les lleguen.
Adrián Portilla