Hacer lo común. Conversación con Ignacia Serrano, mujer defensora del territorio

Si un día alguien ocupara el territorio que habitas, ¿cuál sería tu reacción? ¿cómo y con quién te organizarías para reflexionar al respecto? ¿Qué harías si ese cambio interfiriera en tu vida diaria? ¿Qué pones antes de poner el cuerpo?

El pasado 13 de octubre, junto con la generación de tercer grado de Secundaria, tuvimos la oportunidad de compartir clase de Módulo de ética y naturaleza, a distancia, con Ignacia Serrano Arroyo, asesora y miembro del Centro de Estudios para el Desarrollo Rural (CESDER), del municipio de Zautla, Puebla. El tema principal de la conversación fue la experiencia de resistencia y trabajo comunitario frente a empresas (comúnmente extranjeras) que adquieren derechos de explotación del suelo en regiones de nuestro país sin que la comunidad que habita estos territorios esté de acuerdo, o en ocasiones esté enterada siquiera. Concretamente, Ignacia nos contó el caso de la defensa comunitaria frente a la intromisión de una empresa minera canadiense en la región que habita. Mediante una videoconferencia, Ignacia nos compartió su testimonio de más de 10 años de resistencia comunitaria junto con otras mujeres y habitantes de las comunidades de Ixtacamaxtitlán y otras, en la Sierra de Puebla. Además de conocer un poco de la historia de ese esfuerzo de lucha en cuestiones políticas y sociales,  conversar con ella nos permitió reflexionar y preguntar sobre otros temas relacionados, como el papel de la lucha femenina en la defensa del territorio y la vida, la fuerza de la acción comunitaria, y en general cómo nuestra relación con los recursos naturales es un tema de derechos humanos. En definitiva, y como apuntó Ignacia, el trabajo comunitario y el trabajo educativo van de la mano.

En la ciudad todo el tiempo se modifica nuestro territorio; se hacen calles y avenidas, cambia el trazo del espacio público, se construyen edificaciones que parece que surgen de un día para el otro, y luego simplemente permanecen ahí, mientras nos adaptamos a ellas. No siempre alguien dice o hace algo. El entorno rural tiene muchas diferencias con el urbano. En esta plática muchos nos dimos cuenta de una de las diferencias más grandes pero no siempre dichas: la relación que tenemos las personas habitantes de ciudades con el territorio que habitamos, es muy distinta. Por momentos pareciera que vivimos en un territorio que no se siente como nuestro. En contraste, la vida en las comunidades rurales, por la relación misma que mantiene la gente con el uso de sus recursos naturales, hace que las perspectivas cambien de gran manera respecto a lo que vivimos aquí en la ciudad. En muchas zonas de nuestro país, vivir cerca de un río o un bosque define en gran medida cómo vive y se organiza la gente que habita esas regiones, para lo cual preservarlo no solo tiene valor en sí mismo. Es decir, no se protege el río solamente porque sea lo correcto, sino porque proteger el río es también proteger el agua que luego me permitirá proteger mi vida, porque dependo de esa agua. Proteger el territorio cobra ahí otro sentido.

“La parte más difícil [de la defensa del territorio] ha sido la división que surge”, explicaba Ignacia mientras narraba la serie de violencias a las que estuvieron expuestos las y los habitantes de la región, y sobre todo los dilemas sociales que eso generaba al interior de la población. Luego resaltó la importancia de cuidar antes que defender. La palabra defender, decía, es como llevar a nuestras bocas la guerra. No estamos en guerra, y nosotras o nosotros no queremos vernos en la necesidad de pelear por algo, sino procurarlo y cuidarlo, porque forma parte de lo que nos compone como personas y comunidades. Los pueblos defienden sus ríos, o sus cerros, su territorio, porque a partir de ellos se define su vida, y quien no busca preservarlo no hace lo necesario para procurarse una vida digna. Ese esfuerzo no se detiene ni “se termina”. Aquí se trata de cuidar la vida.

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